Adentro se siente el hoyo devorador de alegrías. ¿Cuánto tiempo más será necesario para saltar dentro o sortearlo? Pareciera hecho de espejos, en los que uno cree haber salvado la otra orilla y no, no hay tal.
Da vueltas en su eje invisible, se vuelve gigante o pequeño, según el día, la hora, su humor, el de ella...
A veces, con cerrar los ojos, desaparece un buen tiempo. Otras, hace falta un grito, un regaño. La mayoría, con una palabra cariñosa, un abrazo, una puesta de atención de la gente que tanto se quiere, parece acobardarse y esconderse en rincones donde no duele, donde no se siente, o apenas es una molestia microscópica.
La muerte no es una solución, pero cuando abruma, parece un único horizonte. De suerte que se desvanece como una visión de desierto.
Es capaz de sacarla de sí misma; agarrarla por la cabeza y dejarla pendiendo de un hilo en su abismo arremolinado. El desasosiego se apodera entonces y se siente amarrada a ese otro lugar que no puede ver.
Lo más malo es que no se deja sacar con lágrimas. Ella está segura que si llorara, encontraría una salida, pero solo cuando está sola logra inundarse y navegar entre mocos y distorsión. Y las manos se abren y se cierran. Y su cuerpo se contorsiona virtual y literalmente. Quiere correr pero hay lastres que se lo impiden.
No queda más que tomar aire y hacerse la valiente...(al menos hasta que vuelva)...
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